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"Paco Pérez",
profesor y amigo
Resulta
curioso, con el paso del tiempo, referirse a un hombre tan singular con
un nombre tan común. Pero era, y es, así. Paco Pérez es el nombre con el
que le reconocemos la mayoría, al menos en Cantabria.
Francisco Pérez Gutiérrez –su nombre formal- acaba de publicar sus
memorias: “Adiós a las almas”. Y, en sus memorias, en su vida, Comillas
fue, creo yo, la clave del arco.
Conocí a Paco Pérez en 1.967. En el verano del año anterior había
terminado yo el sexto curso de humanidades en Comillas. Los aires de
renovación del Vaticano II soplaban con fuerza en todos los rincones de
nuestra vida de seminaristas y a mí me llegó, a través de esas manos
semiocultas que mueven los hilos, el “consejo” de trasladar mi vocación
a la nueva experiencia –renovadora- que, promovida por el Obispo de
Santander, Vicente Puchol, liberaría el seminario diocesano de los muros
de Corbán y lo situaría en las caballerizas de La Magdalena, a pocos
metros de la “playa del bikini”. La playa que nuestra imaginación
pecadora veía llena de suecas tomando el sol en verano.
A
mí me llegó la invitación al traslado de la mano de Jesús Fernández,
cura también comillés, moderadamente progre. “Don” Jesús dirigía mi
vocación desde el grupo de escultismo en que yo estaba integrado antes
de ingresar en Comillas. Recuerdo, como si fuera hoy la “peluca”, que me
echó el párroco, Don Teodosio Herrera, también comillés, pero de los de
Trento y la División Azul, cuando se enteró. Aquel traslado era para él,
que había gestionado la beca con la que yo subsistía en Comillas, un
delito de alta traición. Sabido es que para el clero conservador,
mayoritario en Santander (hoy Cantabria), Don Vicente Puchol y sus
iniciativas, eran poco menos que la encarnación del anticristo. Paco
Pérez, el “cura rojo”, lo cuenta divinamente en sus memorias. La
rivalidad enorme que había en aquellos tiempos entre Comillas y el
seminario diocesano –vía ancha, vía estrecha- tuvieron, sin duda, mucho
que ver en el cabreo. Para él, aparte de la traición ideológica, era
bajar de categoría.
En Comillas quedaron mis compañeros de curso haciendo el preu, año que
según he sabido muchos años después, fue para ellos glorioso. Yo, a
Santander, a las caballerizas que habían sido reformadas como residencia
para extranjeros de la Universidad Internacional, en verano. Régimen
completamente abierto, misas con guitarra, primeros contactos con la
política (Cuadernos para el Diálogo y compañía), lecturas y valores
progresistas… hasta guateques y casi novias, porque la maduración humana
lo hacía imprescindible.
Y
ahí aparece Paco Pérez. como profesor de psicología. Se le consideraba
el cura más progre del entonces Santander. Un “ídolo”, en muchos
aspectos, para los seminaristas y para la juventud católica. Sus clases,
tanto en la forma de llevarlas como en el contenido fueron, para mí, una
auténtica revolución mental. Salía yo de aquella cultura clásica, tan
“antigua”, aburrida y alejada de la realidad, que reinaba en Comillas.
Es curioso, no recuerdo nada de los que nos explicó. Tal vez, incluso,
me costaba entenderle, pero sé que aquel año, aquellas clases, abrieron
un nuevo horizonte y, en cierto sentido, marcaron el sendero del resto
de mi vida.
Tras ese único curso, el traslado a la vida civil y a la Universidad,
Salamanca, Madrid, tras preparar el preu en el verano –método
autodidacta en el que me dejé la piel- y no volví a tener contacto con
el profesor que marcó mi vida. Alguna referencia indirecta: que se había
secularizado y trasladado a Madrid; que se había casado con la amiga de
una amiga mía; que se había integrado en el equipo de la editorial
Taurus… poco más.
Hace un par de años, con ese bendita marea que nos reanimó los recuerdos
de la Schola apareció en alguna conversación el nombre de Paco Pérez.
Era Goiko, también antiguo comillés y residente en Madrid que mantenía
contacto con él a través de Unión Fraternal. Asociación de antiguos
alumnos de la que luego supe que Paco, fiel a su progresía, se había
apartado.
Conseguida su dirección de correo electrónico,
inmediatamente decidí escribirle para mostrarle el reconocimiento que
había yo guardado bien vivo durante más de 40 años: “Querido
profe, no sé cómo llamarte ahora, pasados tantos años, en la distancia
geográfica y por este medio aparentemente frio…Siempre hablamos y nos
referimos a ti con "Paco Pérez" pues, así sea: Querido Paco. Soy y,
sobre todo fui, alumno tuyo en La Magdalena, …”.
Me respondió enseguida. Reconocido, cercano, cariñoso, mucho más que en
los tiempos de La Magdalena. Nos vimos en el verano. Tomamos café en una
terraza, cerca de Puerto Chico, y hablamos largamente. Le encontré
“elevado” en su visión de la realidad y de la historia. Al menos así me
lo pareció. Quizá soy yo quien lleva el vuelo demasiado rasante. Y me
regaló una de sus últimas publicaciones “La juventud de Marañón” (ahora
sé que conoce el tema a fondo), con dedicatoria: “al amigo
reencontrado”. Nos despedimos con la convicción de que seguiríamos en
contacto y así ha sido.
Hace unos días me escribe José Antonio Ricondo –otro reencontrado, este
de los tiempos de La Magdalena- informándome de la presentación de una
nueva obra de Paco Pérez, sus memorias, con el título de “Adiós a las
almas”. No disfruto en este tipo de liturgias, así que no me animé a
viajar a Santander. Pero dejé la antena puesta. Pocos días después otro
amigo, Carlos Nieto, catedrático de filosofía y también antiguo alumno
de Paco, me contó que había asistido y hasta me expuso con cierto
detalle la ceremonia de presentación del libro. Carlos ya lo había leído
y al ver que en sus páginas me citaba y hacía mención a mi
agradecimiento de alumno, tuvo el detalle de regalarme un ejemplar.
Y
aquí llega la Schola y empiezo a terminar mi presentación. Siendo el
primer libro en el que mi nombre aparecía citado, me sumergí
inmediatamente en sus recuerdos. Entre ellos aparecen dos páginas
dedicadas a la música que disfrutó en Comillas y a la Schola, aunque no
llegó a ser “elegido”. Creo que es una dimensión de la que apenas se ha
hablado en nuestras conversaciones y que puede animar a algún otro a que
escriba sus memorias.
Sirvan estas líneas de homenaje a este “amigo reencontrado”
Alejandro Rivas La obra citada: "Adiós a las almas" Francisco Pérez Gutiérrez. Ed. Ediciones de La Bahía Las páginas dedicadas a sus recuerdos de la música y la Schola >> |