Crónica del
viaje a Loreto (1.962)
Nos
llamaba de uno en uno a su cuarto, una suite con piano de media
cola al lado del paraninfo y el P.Prieto nos entregaba este carnet, mi
primer pasaporte con el coro reducido de voces blancas. Por primera vez
nos separábamos de las voces negras para ser protagonistas en el II
concurso internacional de Coros de Capilla Loreto.
El viaje fue accidentado pues al salir de Castro-Urdiales el
autocar que nos llevaba a Irún se le salió una rueda, menos mal que era
en una curva y subiendo. Llegamos muy tarde a Irún y aquella noche
distribuidos en casas particulares poco pudimos dormir ya que a primera
hora debíamos coger el tren en Hendaya para Italia. Creo recordar que
algunos ya creciditos les tenían preparadas camas-cunas no
apropiadas a su estatura.
La primera parada fue en Lourdes y el segundo contratiempo la
huelga del maquinista en Narbona que decidió a las dos de la madrugada
no continuar. Huelga decir que aprendimos una nueva palabra y un nuevo
concepto desconocido para nosotros además de prohibido. El largo
parón hizo que llegásemos tarde a Génova donde cenamos peleándonos por
primera vez con los espaguetis, a la misma hora que debíamos estar dando
un concierto en la catedral de Milán. A la mañana siguiente saliendo de
Milán camino de Loreto pudimos ver los carteles anunciadores del
concierto fallido.
En Loreto cantamos las piezas obligadas de gregoriano (“Ubi
caritas”y
“Ave María Stella”) y entre las piezas de libre elección autores como
Palestrina, Bertolucci y Prieto. Hay que reseñar que en el jurado
estaba Bartolucci y a Prieto hay que reconocerle que dominaba la
diplomacia vaticana, incluyendo en nuestro repertorio una obra del
maestro italiano.
Fue ”vox populi” o eso nos hicieron creer, que fuimos los ganadores,
nada lo atestigua ya que no daban distinción alguna, pues tenía carácter
de exhibición y todos los coros teníamos como premio los gastos pagados
del viaje.
Por la noche asistíamos a los conciertos extraordinarios, el de los
cantores de la catedral de Ratisbona, el Mónaco de Baviera, los
Ruiseñores de Holanda y el último día la Capilla Sixtina dirigida por
Bartolucci. También creo recordar que se comentó que al año siguiente
iría la Schola completa para actuar fuera de concurso, no sucedió.
En Loreto, como no, visitamos la casa de La Virgen María, transportada
por los ángeles y muy cerca allí una fábrica de acordeones, donde en
pequeños cubículos insonorizados cada operario afinaba la lengüeta
correspondiente a una nota.
Estuvimos en Roma, visitando San Juan de Letrán, el Coliseo, lleno de
gatos, las catacumbas de San Calixto con la estatua de Santa Cecilia y
como no el Vaticano. Asistimos a una audiencia papal, aún recuerdo los
aplausos al Papa Juan XXIII a su entrada en silla gestatoria por el
fondo de la Basílica. Lo primero que hizo Juan XXXIII tras su
nombramiento, fue subir el sueldo de sus porteadores por la diferencia
de peso con su antecesor Pio XII. Nos colocaron delante de las vallas y
a su paso cantamos un breve motete. El Papa hizo un gesto para que
se detuvieran y nos escuchó sonriente, llevando el ritmo con la
mano.
El viaje de vuelta duró veinticuatro horas desde Roma a Hendaya. Vimos
desde el tren la torre inclinada de Pisa y nos dio tiempo para hacer de
todo. Al medio día en una de las paradas del tren, mientras estábamos en
el departamento preparando unos bocadillos de sardinas entró una señora
diciendo “molto caldo” a lo que el Hermano Prieto respondió: No señora
no es caldo, es escabeche.
Esta es una crónica que llega del recuerdo de un preadolescente de trece
años, quizá no concuerde con lo escrito por Herodoto, en otro momento
lo discutiremos.
Pepe Prieto
Noviembre 2011
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