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“¡YA VIENE EL CORTEJO!”
Una de las primeras cosas que nos hicieron aprender en Gramática,
para ejercitar la memoria, fue la famosa Marcha triunfal de Rubén
Darío. Casi todos los días, antes de empezar la primera clase de la
mañana, el profesor nos preguntaba el “Pensum”. El sonido de esta
palabra latina se presta al equívoco. Uno podría suponer que aquella
tarea escolar tuviera algo que ver con el “pensamiento”, con el
ejercicio de “pensar”. Pues no, ni por pienso. “Pensum” en latín
significa “tarea”. Según el diccionario de Raimundo de Miguel,
también se llamaba “pensum” al copo de lana con el que trabajaba la
hilandera en su faena diaria, y metafóricamente, la hilaza de las
Parcas, el espacio de la vida humana…Pero lo nuestro no tenía nada
que ver ni con la lana ni con las Parcas, sino que era un ejercicio
memorístico, gracias al cual nos sabemos de coro gran parte de “La
vida es sueño”, “La canción del pirata”, “Las coplas de Jorge
Manrique” y un largo etcétera en el que se incluye “La marcha
triunfal” de Rubén. A propósito de esos marciales versos mañaneros,
que solíamos recitar llenos de sueño, entrecortados por carraspeos e
indecisiones de la memoria, se me ha ocurrido comentar algo sobre el
ardor guerrero de los himnos que solíamos cantar en algunos
festejos. El P. Otaño escribió la música del Himno Pontificio el año 1917. En la partitura figura este dato: compuesto “sobre fragmentos del toque de las Trompetas de Plata del Vaticano” La brillantez de esta música, con su triunfal paseo por las más sorprendentes tonalidades, nos evoca las imágenes del Papa en silla gestatoria, rodeado de su corte, con los “Flabelli” de plumas de avestruz en su cortejo, y la tiara con la triple corona sobre su cabeza. “Triple esplendor ceñirá tu sien”, dice la letra. No hay en este Himno “lauros bélicos”, es verdad, pero sí “pompa y circunstancia” más que medianas. Sobre el Himno de la Universidad escribió Joséma en el blog unos comentarios muy interesantes. Él conoció la primera versión y también la primera modificación que se hizo, tratando de quitar hierro a aquello “del combate rudo” Todavía se dulcificó un poco más la cosa en nuestro tiempo, y la famosa exclamación final quedó por fin resuelta de esta forma: “¡Bendito el Alcázar de paz, que foguea tan fiel juventud!”. La partitura que presentamos es la primera versión de 1941, aunque en el “audio” hemos hecho sonar la música tal como la conocimos en los años 50. La Marcha de San Ignacio era el himno de mayor pedigrí de cuantos
cantamos en el Seminario. En las solemnísimas ocasiones en que se
interpretaba, Prieto subía al órgano, y en medio de la expectación
general nos sorprendía con unas improvisaciones geniales, en las que
no faltaban un hábil y vistoso juego de pedales y mucha trompetería. Atención pues que “Ya viene el cortejo”, con sus claros clarines, con algún que otro vivo reflejo de espadas y, por supuesto, con el esdrújulo “cortejo de los paladines”: “…Ya voces escúchanse de trompas bélicas, Rafael Manero
Nota: en próximos días iremos publicando las partituras y archivos de sonido citados en este artículo. Ya están disponibles las 3 partituras citadas en la página PARTITURAS, apartados de Otaño y Prieto. También está disponible la de "apuntes" para el accompañamiento al himno de S. Ignacio compuetos, obra de Rafael Manero
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