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AUTORRETRATOS (2 de abril 2011)
(Delirio Nº2. Primera parte)
Puestos a escribir banalidades e intrascendencias, anoto ésta: llevo la raya del pelo peinada a la izquierda. Digo bien, a la izquierda. El que los diestros nos peinemos la raya a la izquierda tiene su lógica. Después del rastrillado ritual de nuestros cabellos hacia la frente, partimos la raya y, siendo la mano derecha la que maneja el peine, atrae con naturalidad hacia su lado la masa más voluminosa de cabellos, en tanto que el pequeño desnivel, ese breve ribazo, que se vence hacia la oreja izquierda, apenas requiere para su acomodo unos golpecitos de peine.
A veces, cosas tan nimias como la que acabo de anotar, terminan por arrojar destellos definitivos sobre situaciones que nos tienen sumidos en la más absoluta perplejidad. Éste fue el caso.
Me encontraba en una de las más famosas salas del museo del Prado, sosteniendo la mirada de don Diego de Silva y Velázquez. El pintor, con la cabeza ligeramente levantada y levemente inclinada hacia un lado, me miraba de hito en hito, como si lo que estuviera pintando en el inmenso lienzo, del que no alcanzaba yo a ver más que el reverso, fuese mi propio retrato. Pero, al decir de los críticos, lo que Velázquez pintaba, mientras las melindrosas meninas pajaroteaban por allí, era el retrato de los reyes, cuyos rostros, mirándole de frente, aparecen reflejados en el espejo del fondo. (Demasiado lienzo para tan sólo dos figuras, por muy reales que fuesen, pienso yo).
Estaba sumido en estas cavilaciones, cuando me di cuenta de aquella presencia extraña que evolucionaba a mi lado. Sumidos ambos en el ritual de los contempladores ensimismados y absortos, como figurantes de un cuerpo de baile, dábamos pequeños pasos hacia delante, atraídos por la prodigiosa fuga de la pincelada. Un paso atrás para entornar los ojos. Un paso lateral con una leve flexión de rodillas para esquivar un brillo molesto. Y de pronto, oí su voz como lanzada al vacío, la mirada inmóvil, el gesto hermético:
-¿Con qué mano cree usted que empuña el pincel Velázquez?
La pregunta me pilló desprevenido y, con cierta precipitación, respondí:
-Con la derecha, naturalmente.
-Puede usted ahorrarse el adverbio. No hay nada de natural ni de evidente en su respuesta. Se lo dice un experto -me dijo sonriendo por el colmillo. Y me contó su historia.
Había querido ser pintor. Captar su propia imagen, situándose frente al espejo, había sido uno de sus primeros desafíos. Se entretuvo en narrarme los pormenores de aquel primer intento: el lienzo dispuesto frente al espejo, la mano temblorosa e inexperta trazando los primeros tanteos y el primer desconcierto al verse obligado por la imagen reflejada en el espejo a situar la raya del pelo a la derecha del rostro, cuando él, de toda la vida, se peinaba con la raya a la izquierda. Aquello le pareció una inautenticidad, una renuncia a sus exigencias de realismo. Pensó instalar todo un tinglado en el que un segundo espejo, reflejando la imagen del primero, volviera a dejar las cosas en su punto. Al fin, se decidió por la solución más fácil: peinarse la raya a la derecha sólo durante las sesiones, para que la acostumbrada apariencia del rostro no sufriera ningún trastorno.
Desde entonces, su obsesión por los espejos y autorretratos, por lo que más tarde descubrí, fue adquiriendo proporciones desmesuradas, casi demenciales. Y el cuadro de las Meninas se convirtió en el centro de su existencia.
-¡Ahí lo tiene usted! -me dijo, alargando la mano como para apartar una cortina invisible- Yo vivo en esa estancia, me la sé de memoria. Y, créame, no es lo que parece. Le puedo asegurar que he descubierto el secreto de ese genial tramposo, de ese sublime engañador que es Velázquez. Dicen que en su tumba figura esta inscripción: "Al pintor de la verdad". Pero eso es cosa de los críticos, que tienen mucha labia. ¿Saben ellos qué verdad pintó Velázquez? ¿Lo saben? ¿Saben siquiera cómo pintó esa verdad? Porque Velázquez, mi querido amigo, pintó las Meninas con la mano izquierda.
-¡Qué me dice! -me sorprendí.
-Lo que usted oye. La mano que en el cuadro empuña el pincel no es la mano derecha del Velázquez de carne y hueso. ¡Es la izquierda! ¡Y los críticos sin enterarse!
Tímidamente me atreví a insinuar una objeción:
-Pero...- y me volví de espaldas al cuadro, levantando mi mano derecha para imitar el gesto velazqueño.
-¡No hay pero que valga! -me atajó exaltado- Las Meninas, señor mío, son un gigantesco autorretrato. La imagen del pintor y la de las damiselas y figurantes que andan por ahí zascandileando han sido captadas reflejándose en el fondo de un grandioso espejo -y añadió -Venga, venga a verme a mi casa. Le enseñaré algo definitivo.
Tengo que confesar que aquel extraño personaje me intrigó hasta tal punto que decidí acudir a la cita aquella misma tarde. (continuará)
AUTORRETRATOS
(Delirio Nº2 Segunda parte)
Me recibió con una cordialidad exaltada que contrastaba con la inmovilidad y el silencio del entorno: un hotelito solitario con un diminuto jardín enrejado en el que florecían las adelfas a ambos lados de la puerta. El ruido de cerraduras y pestillos que le había precedido me hizo pensar en el aislamiento de quien vive encastillado con sus obsesiones y rarezas. Y su obsesión monotemática eran, lo estaba descubriendo a medida que avanzábamos por los pasillos, los autorretratos. Lámparas, que creaban fanales de luz sobre los lienzos, me iban mostrando excelentes copias al óleo de los más famosos autorretratos de la historia de la pintura. Pero mi admiración silenciosa no alcanzaba ese punto de sosiego que necesita la contemplación del arte, porque continuamente me sentía provocado por el tono socarrón con que mi guía me iba proponiendo numerosas cuestiones.
-A ver, ¿qué le parece? ¿Sobre qué oreja lleva el emplasto Van Gogh en ese autorretrato?
Yo me debatía con la duda sistemática frente a su, al parecer, irrefutable teoría de los espejos:
-¿La izquierda, tal vez? -insinué -¿Van Gogh se cortó la oreja izquierda?
-Pues en ese óleo es la derecha -ironizó -¡Ya ve usted!
Por fin, llegamos a lo que debía de ser el salón de la casa: una habitación espaciosa, sumida en una densa penumbra en la que no se apreciaba la presencia de ningún mueble. Sólo, un ámbito vacío, suelo , techo y paredes, todo en total oscuridad. Mi anfitrión me cogió del brazo y me hizo avanzar hasta un punto determinado de la estancia.
-Espere un momento y no se mueva. -me dijo, mientras me abandonaba en aquel piélago de sombras.

Transcurrieron unos segundos y, de pronto, me ví envuelto en una intensísima claridad. Fue un instante de deslumbramiento, seguido de una creciente sensación de desconcierto. Mi imagen, en mangas de camisa y con cara de asombro, aparecía formando grupo con la princesa Margarita, la obesa Mari Barbola y Nicolasillo de Porto Santo. A mi izquierda de atónito espectador, que movía sus brazos en el aire de la habitación tratando de orientarse -izquierda, derecha -, fruncía el ceño el somnoliento mastín y, a mi derecha -sí, a mi derecha -, don Diego de Silva y Velázquez, alzando la cabeza y ladeándola ligeramente, sostenía el pincel con su mano izquierda -¡indudablemente aquella mano era la izquierda del pintor! - mientras nos medía con esa mirada de "retratista que retrata el retratar" que a todos nos ha fascinado.
Con un brillo inquietante en los ojos, como de quien había acumulado miles de horas en la contemplación minuciosa del cuadro, me dijo, señalando a la pared-espejo, en cuyo fondo de azogue nos veíamos atrapados:
-Ahí tiene usted la verdadera disposición de objetos y personas que dio origen al inmortal lienzo de las Meninas. Ese es el espejo, que, reflejando la imagen tramposa del cuadro, deja las cosas en su sitio. El óleo del Prado (la copia que tiene usted a su espalda) es la gloriosa trampa de ilusiones ópticas que nos tiende Velázquez en la que nos da gato por liebre.
Sentí una especie de vértigo, un desconcierto vital, como si mi brújula interior se hubiese desimantado y se moviera con una desasosegada e inquietante oscilación que iba de gato a liebre, de izquierda a derecha.
Traté de escapar de aquel mundo de inseguridades en el que me sentía perdido. Antes de que alcanzara apresuradamente la salida al jardincito de las adelfas, tropecé con el aire, hecho cristal de azogue, de un pasillo que me pareció abrirse a mi derecha, cuando oí a mis espaldas la voz de mi anfitrión que me advertía:
-¡El pasillo tuerce a la izquierda! ¡Cuidado con el espejo!
Ya en la puerta, una breve despedida de circunstancias tuvo todavía ese aire de manquedad que nos sorprende cuando tratamos de estrechar con nuestra diestra la mano izquierda que nos ofrece un mutilado de guerra. Sus últimas palabras sonaron en mis oídos como una amenaza:
-Le haré llegar un trabajo que estoy ultimando en el que demuestro, sin ningún género de dudas, que Velázquez era zurdo.
Como última despedida le dije adiós con la mano (¡con cuál, Dios mío!) y me detuve en la acera, tratando de dominar mi desconcierto. Los coches circulaban por la calzada, pero en aquel momento no era yo capaz de precisar si me encontraba en Madrid y, por lo tanto debiera vigilar la circulación en el sentido que todos conocemos , o estaba en Londres, donde, como todo el mundo sabe, todos los conductores son zurdos.
Desde entonces, cuando se dice de alguien que "no sabe dónde tiene su mano derecha", pienso que tal vez no se trate de un tonto de remate, sino de un sutil e incomprendido escrutador de espejos y autorretratos, como aquel original y estrambótico amigo mío.
Rafael Manero

 

Carta de Xabier Erauskin (24 de marzo 2011)

A Gregorio Azagra y Rafa Manero con mi devota admiración

Bergamín, escritor del 27 y su música callada

Soy y he sido siempre un mero amateur de la música. Así al menos me considero con mi somero curriculum "scolano" de apenas un par de años y otros dos en la "cabina de radio" retransmitiendo con Bernardino Martinez Hernando las misas dominicales para radio Santander y la Semana Santa para radio Nacional. Mi relación con el P. Prieto no fue tampoco demasiado estrecha a pesar de que, aún hoy, le siga agradecido por haber cargado en un viaje desde Roma con aquel viejo acordeón "Settimio Soprani" que ahora duerme en casa. No creo que el P- Prieto pensara que años mas tarde lo iría a profanar acompañando "riancheiras" regadas con alcohol a bordo de los bacaladeros de Terranova.. Reconozco, por otra parte, que en mi particular binomio literatura-música siempre han tenido mas peso las letras aunque la música (escucharla, oirla, sentirla) siga siendo una maravillosa debilidad fraguada en la lejana retorta de ensayo de Comillas. Al filo de los magníficos comentarios de Rafa Manero, y al albur de las sorprendentes y extraordinarias recreaciones digitales musicales de Azagra y del propio Manero me he animado a presentar en nuestro blog el impar pensamiento musical de un escritor de la generación del 27 al que tuve la fortuna de conocer de cerca en el último año de su vida. Era José Bergamín, cuya vocación inicial según su mejor biógrafo, Gonzalo Penalva, fue la de compositor ("consiguió un vastísimo conocimiento musical y publicó sus primeros artículos, bajo seudónimo, sobre este tema"). Hoy, para abrir boca, recojo algunos de sus geniales aforismos musicales repartidos a lo largo de su vida. Prometo continuarlos en otras entregas; - La música es el puente de plata del pensamiento. - La música es la puerta secreta del silencio. Una introducción a la muerte. - El número es la prisión silenciosa de la música. - Cuando oímos música, nuestros ojos piden luz -!más luz!- como los de los ciegos. - Se ha equivocado usted, señora; al concierto no se viene a rezar. - La música, como la nieve, reduce y aprisiona el silencio; blandamente, como un sudario inmaculado envuelve un cuerpo muerto. - La literatura musical tapona los oídos, dejándolos sordos para la música. - La guitarra y el violín no pueden estar juntos: se maltratan. Pero, en cuanto están separados, el violín suspira sollozante por la guitarra y la guitarra se traga dolorida su remordimiento, quejándose hondamente. - El violín tiene también su alegría; sensual y mística; ascética, desesperada. Pero hay que saber arrancársela; sin caricias, violentamente, aunque se le salten las cuerdas. - No quiero tocar con el clarinete- decía el piano-; en cuanto me descuido se me echa encima, como si no supiera hacer otra cosa mejor que pisarme a mi la cola. - El violín del gran virtuoso es un zapato tan lustrado que rechina de gusto. Porque el violinista pone un entusiasmo de limpiabotas en tocar su violín, en sacarle sonoramente tanto brillo que parezca un espejo: un espejuelo al que van a chocar los melómanos entontecidos como alondras.. - La música que piensa, sueña; la que no piensa, duerme. - El pensamiento mas profundo, canta -decía Carlyle-. Por debajo de la música, como por debajo del mar, hay suelo, tierra, fuego y aire: pensamiento. - Fuga. !Cómo escapas, divina música, a los que te persiguen! - Rima. !Cómo huyes, humana poesía, de los que te buscan!

Un abrazo. Otro día, más. Javier

 

 

 

Con Bergamín y la música.
De acuerdo amigo Rumarcos. No se puede mezclar en turbamulta los aforismos de José Bergamín. Pero tampoco sería demasiado aconsejable ordenarlos en salas estancas so pena de traicionar el expreso punto de vista francotirador del escritor. J.B almacena un pensamiento inclasificable y desconcertante, muy emparentado con su maestro y amigo, el Unamuno del "Contra esto y contra aquello". Por lo mismo como pensador y como persona fue una figura controvertida. Sus opiniones, plasmadas a menudo en expresiones intemperantes o provocadoras se reflejan también en estos aforismos musicales, en los que emergen fobias y filias pero donde, ante todo, se encuentran de golpe honduras y profundidades ausente en los críticos musicales al uso.
Comparto con Rumarcos lo de la pestilencia babosa de aquellas letras que empañaban y "profanaban" estupendas melodías de Iruarrizaga o los Beobide. El acompasamiento letra-música se daba, sin embargo, "latino sermone" por medio, en tantas piezas de la Semana Santa que hoy todavía, al margen de lo religioso, nos emocionan como la expresión del mas profundo y patético desgarro artístico. Creo que esto último tiene poco que ver, como él mismo reconoce, con la "palabra en el tiempo" que comenta nuestro admirado investigador Ramón Cubillas. Por cierto, los aforismos recogidos aquí están simplemente espigados en "El cohete y la estrella" y "La cabeza a pájaros" bergaminianos. Posiblemente escribió muchos mas sobre el tema que nos ocupa. En el último y escaso tiempo en el que vivió en Euskadi seguía escribiendo aforismos, aunque su dedicación fuera fundamentalmente poética. Mi nivel de investigación sobre el tema no llega a mucho más. En cuanto a la alusión de Cubillas a Gómez de la Serna, la mayoría de la crítica opina que los aforismos de Bergamín se diferencian sustancialmente de las famosas "greguerías" con lo que estoy de acuerdo... pero eso es harina de otro costal !.
A Rafa Manero que riza con inteligencia y humor los linderos del arte, de la música a la literatura o la pintura, reiterarle que su pequeño relato me ha encantado pero me ha dejado mucha desazón. Por mas que me busco la raya a la derecha o a la izquierda solo encuentro la calvicie creciente que no menguante, así que no tengo mas remedio que hacer mis pruebas ante el espejo con la mano derecha o la izquierda. Peor todavía. La solución del problema solo la veo en quedarme tristemente manco.. !Si al menos fuera como el de Lepanto!.
Ah! Recogiendo la sugerencia de Rumarcos he improvisado tres minisalas para presentar la nueva carga de aforismos de J.B. Ahí van !

Xabier Erauskin (3 de abril de 2011)

 

Música
- Lo primero para hacer música es no hacer ruido
- Cuando se trata de oír música, mas vale taparse los ojos que los oídos
- Hay poesías que tienen música propia: y otras reflejada
- Si la música dijera la verdad, mentiría
- Subterráneos y submarinos. Debajo de la tierra, el silencio es tenue, sutil, agudo, fino, ligerísimo; como la huída de una sombra. Música de topos.
- Debajo del mar, el silencio es claro, denso, cuajado, transparente, luminoso: como la inmovilidad aparente de los astros. Música de estrellas
- Dios está debajo de todo –dice un poeta ¿Debajo de la música también?
- Si de verdad juzgas la música peligrosa, lo mejor es que la dejes entar por un oído y salir por otro
- Entonces usted me aconseja oír la música como quién oye llover? –Exactamente: con la mas profunda atención.
- Cuando escucho el motor del coche americano en que voy, digo que suena bien; pero no se me ocurre decir; ¡Qué bonita música!
-La simetría rítmica no halaga el oído, sino los pies.


Instrumentos
- El pianista se hace un lío con la oscura cola brillante de su gran piano y da manotazos de ciego para salir de las sonoras ondas sombrías que le circundan.
- ¡Cuidado con ese violín que tiene gatitos en la barriga!
- Lo mas atroz del violinista es el empeño atroz que pone en serlo.


Compositores
- A Chopín, la fuerza no se va por la boca, se le va por las manos.
- Hay silencios musicales en Bach que tienen mil metros de profundidad, como el agua inmóvil de los fiordos en Noruega. Y estan rodeados tambien de enormes montañas resonadoras del silencio.
- En la música de Beethoven los ilencios son relampagueantes. Sus impetuosas oberturas iluminan a ráfagas las mas hondas simas del silencio.
- No era necesario que Wagner proclamara estúpido a Parsifal para convencernos de la estupidez de su poema
- Mussorgsky es el músico que dice sencillamente la verdad.
- Cuando acaba de oir la música exquisita en el salón aristocrático, Stravinsky se encoje de hombros diciendo; “Ahora yo me voy a la calle” y se va, revolucionariamente, a ponerse de acuerdo con los murguistas. Al volver, la música que trae de la calle ya no es la música callejera. Ponerse de acuerdo era inventar.
- ErikSatie no dice lo contrario que Debussy; dice lo mismo, sólo que a la inversa.
- Satie es a Debussy todo lo contrario que Liszt a Wagner.
- Con la música a otra parte: ¿Adonde podrán ir ya, Señor, los alemanes con su música?.
El Señor; es de esperar que no vengan al cielo
-Según Nietzsche, la música de Brahms tiene la melancolía de la impotencia. La de Richard Strauss tiene la desesperación.

 

 

De José Bergamín a Jules Van Nuffel. Rafael Manero

 

"COMO QUIEN OYE LLOVER: CON LA MÁS PROFUNDA ATENCIÓN"
(José Bergamín)

En los años de Comillas llovió sobre nosotros la música, a veces mansamente, a veces torrencialmente, y nosotros la escuchamos, según el consejo de Bergamín, "como quien oye llover, es decir, con profunda atención. Y esa atención profunda que le prestamos entonces es la que hace que, aun ahora, a cincuenta años de distancia, esa música nos cale hasta los huesos. Guardo tan vivo el recuerdo del "Statuit" de van Nuffel, que no sólo su música, sino el gesto de Prieto al dirigirla, vuelan por estas galerías del recuerdo, empapando los estratos más profundos del alma. Por eso, al encontrarme con su partitura, entre las que Natxo ha conservado y encuadernado primorosamente, he sentido un impulso incontenible de digitalizarla y ofrecérosla. No me cabe duda de que el ordenador no llegará a trasmitir la emoción que esta música me produce, pero estoy seguro de que también vosotros la escucharéis "como quien oye llover: con profunda atención"."Nec aliud quidquam ultra posco".

JULES VAN NUFFEL
(1883 – 1953)
Compositor belga, algunas de cuyas obras aparecen en los programas de la Schola
(década de los 50)
STATUIT EI DOMINUS, para 5 y 6 voces mixtas y órgano, (Semana Santa de 1952, domingo de Pascua)
Lo deslumbrante de esta composición es, sin duda, la fuerza de su esquema rítmico, pujante, arrollador; la grandiosidad de los unísonos del coro; el extraordinario colorido de las tonalidades que recorre el órgano, y que se abren como ámbitos cada vez más luminosos, hasta culminar en el Alleluia final. Pero esta persistencia en el recuerdo, como algo admirable, se debe también a que, en aquella ocasión, la forma de dirigir de Prieto nos impresionó vivamente.
Todos los que pertenecimos a la Schola sabemos lo que fue estar pendientes del gesto del Maestro y sentir cómo el espíritu de la música nos llegaba a través de él, en los ensayos y en las actuaciones. Pero hubo momentos especiales, en los que ese fenómeno de comunicación entre director y cantores tuvo tintes de verdadera fascinación. El “Statuit” de van Nuffel protagonizó uno de esos momentos.inolvidables. Esta música, llena de fuerza, con incesantes cambios de compás, se prestó extraordinariamente para que aquel gesto suyo, aquel movimiento de brazos, tan elegante, tan preciso, dejara honda huella en nuestro recuerdo. Quien, al oír el “Alleluia” final del “Statuit”, recuerde el “Amén” del Gloria de la Jubilar, reconocerá que entre ambas obras existe un cierto aire de familia. En esos dos pasajes, las notas más agudas de los tiples se alargan, subiendo de medio en medio tono, mientras las otras voces se afanan, con un dibujo persistente, en preparar el glorioso final.

Para los que estén interesados en la digitalización de partituras. .
Este trabajo es fruto de una intensa comunicación con Alejandro. En este intento de manejar el ordenador, para acercar sus recursos lo más posible a una reproducción humana, con contrastes en los matices de forte y piano, y los tempos y ritardandos, sus conocimientos de informática han sido imprescindibles.
Hemos dado preferencia al sonido del órgano sobre el del coro. Las reproducciones de voz humana de que disponemos no acaban de gustarnos. Por eso hemos introducido en algunos momentos orquesta de cuerda, para intentar un mejor ligado de las voces . En cambio, el timbre del órgano es verdaderamente espléndido. Por otra parte, en esta obra el órgano no se limita ser un mero acompañamiento, sino que tiene un protagonismo indudable. Cuando interpretamos el “Statuit” de van Nuffel , allá por el año 52, Gregorio Azagra, como organista, tuvo una actuación memorable. De aquellos años data mi indudable admiración por sus dotes de intérprete.
Los que sigáis la audición con la partitura, podréis haceros mejor idea de la complejidad y de la belleza de esta obra.

Rafael Manero (10 de abril de 2011)

 

Ver imagen de partitura >>

Ver partitura digital reproducible con el programa Sibelius >>

Oir "Statuit ei Dominus" (ver. digital Manero y Rivas) >>

 

Greguerías musicales de Gómez de la Serna. Xabier S. Erauskin (16 de abril de 2011)
Quiero cerrar el tema de los aforismos “musicales” de Bergamín recurriendo a Ramón Gomez de la Serna que ya el año 21 ejercía de maestro y Sumo Pontífice en el famoso “Café de Pombo” de Solana. Allí estaba también un joven veinteañero que se llamaba Pepe Bergamin.
Las greguerías de G. de la Serna son otra cosa. “El aforismo no es una greguería. La greguería es siempre irracional, no es nunca discursiva y es sola y exclusivamente poética y caprichosa” escribe José Esteban. Con estas muestras del tema musical lo podemos confirmar.
Mientras tanto para Bergamín “El aforismo es una dimensión figurativa del pensamiento: su sola dimensión”. Su amigo y maestro Unamuno escribía “No se piensa mas que en aforismos”. El crítico Nigel Dennis afirma que los aforismos bergaminianos reflejan fielmente el “proceder por iluminaciones del pensamiento mismo; relampagueante y asistemático, de una intensidad que solo se traiciona a si misma desarrollándose en forma discursiva”. Es pues otra dimensión mas cercana al pensamiento, al pensamiento poético, que a la propia literatura.
Pero ahora, oído al parche de las greguerías musicales de Gomez de la Serna:

- Cuando en la música entran campanas de cristal entra la licorería de la música.
- Un buen piano es el que tarda un cuarto de hora en perder la vibración de su última nota
- El arco del violín cose como aguja con hilo notas y almas, almas y notas.
- La música es el opio del circo.
- El flautín es el mas tísico de los instrumentos musicales
- Aquel bajo tenía una voz tan profunda que parecía un cantor de epitafios.
- El pianista se saca las notas desesperadas del faldón del frac.
- El caracol debía tocar el trombón que lleva a cuestas.
- La que aprende canto hace enjuagatorios de música.
- Las manos de los pianistas se agarran como náufragos a las teclas.
- El tábano pasa cantándoles el responso a las flores.
- El que toca el saxofón toca el cuerno de la abundancia de la música.
- Los pianos de cola se abren como sigilosos cepos para cazar malos pianistas.
- El que transporta el violón se parece a la hormiga cuando carga una brizna demasiado grande.
- En todo programa de concierto hay una pieza para agonizar.
- Las manos de la pianista hacen tantas escalas que acaban por subirr al cielo por esos innumerables escalones de marfil.
- El clarinete es el biberón de la música.
- El niño que toca la armónica chupa un caramelo de acordeón.
- La guitarra es el maniquí musical de la bailaora.
- El acordeonista devana el hilo de la música con las dos manos ocupadas por la negra madeja.
- La gaita es una especie de bota de vino musical.
- La pesadilla del pianista consiste en soñar con un piano de teclado kilométrico.
- Me gusta ver las grandes orquestas de violines porque la oblicuidad movida de los muchos arcos simula una especie de lluvia musical.
- Tocar la trompeta es como beber música empinando el codo.
- Los violoncelistas siempre están dando azotes a sus violoncelos.
- Los atriles están indignados por cómo los maltratan con la batuta el director de orquesta.
- Las ondas que produce el chorro al caer sobre el estanque son onda s de música acuática.
- El compositor de música es el último negrero, por cómo acumula barcos de negros, en los mares del pentagrama.
- Esos tres curas que pasan juntos por el paseo le convierten en paseo mayor cantado.
- Menos mal que a los mosquitos no les ha dado por usar saxofón.
- La gaita canta por la nariz.

 

 

Comentarios a "No me mueve mi Dios" Rafael manero