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José Manuel Ruiz Marcos (24/Enero/2010) No puedo hablar sino del Christus de Goicoechea., el único que canté desde 1938 a 1947, de contralto y de bajo. La novedad del paso a voz grave era que en la sala de música y dirigidos ya por el padre Prieto, empezábamos el contacto con la pieza solfeando a cuatro voces la melodía sin el texto. No cabía ni la réplica ni la abstinencia, todo carecía aún de lógica y de sentido. Sabíamos; sí, una cosa:que el autor no lo había concebido así, poniéndole a las voces simplemente el nombre de las notas de la escala. Oyendo la versión de Azagra, me parece vuelto a esta fase primera. ¿De solfeo neutral? Me veo obligado por instinto (¿de conservación?) a intruducir mentalmente una de las dos versiones que guardo en la memoria, y mejor la de bajo. Como si la melodía sin el texto se me antojara un desacato al que renunciara a adherirme. Perdonad lo que escribo, que sería mejor decírnoslo entre nosotros, con respuestas inmediatas, tal vez controvertidas, viéndonos los ojos; por favor, que nadie lo tome como mi última palabra, sino como la primera y algo desvalida, pidiendo el diálogo. Me es imposible no ya "calificar", sino sentirme en lo que pueda tener de musicólogo, oyendo esa armonía tan acabada pero sin el texto para el cual fue hecha, concebida y sentida. El texto que inspiró al autor, el pasaje insufrible de la vida de Jesús al que el alma de Goicoechea luchó por dar cabida, expresión, fuerza y realce; los vaivenes de Jesúa desde in Monte Oliveti hasta la muerte en cruz: un texto difícil, cruel por parte del Deus, humillante para el oboediens...un texto tan difícil de comprender, tan de misterio, sin el cual creo que jamás hubiera podido concebir Goicoechea los contrastes tremendos de la música. Recuerdo lo que me impresionaba siempre aquel “oboediens”, repetido y remachado, el grito de incomprensión, la Pasión como acto de obediencia: la melodía se volvía humillante, como si prefiriera esconder vergüenzas. Yo miraba a Prieto en esos compases y lö veía con la batuta vacilente, como indeciso, distinto del de siempre..Luego venía el “propter quod”, tan inverosimil como exultante, la causa propter quam, no se citaba ninguna otra como único lazo lógico para el “exaltavit illum et dedit illi nomen”. Después del triunfo del Deus, Goicochea vuelve a retomar la humillación y el desvalimiento del ”oboediens usque ad mortem” y no se resigna a acabar en la tesitura del “happy end” que sería de esparar, como el Amén del Gloria...sino que recoge velas en el sorprendente final, de la duda, de la sinfonía inacabada. Que a sentir de Manero, “nos deja sumidos en la desolación más profunda”, la desolación de Goicoechea, lo impenetrable del Misterio.
Un regalo de Gregorio Azagra y de Joséma:
Mis Penillas
En su carta me remitía la invitación que le
hacía Gregorio Azagra: "Aquí la tienes. Cántala al cielo de
Alemania". Por esos mundos de Dios
Desconcertante, la Cecilia de nuestros conciertos. José Manuel Ruiz Marcos (8 de noviembre de 2010). En honor de santa Cecilia había compuesto Otaño un motete a voces mixtas, el “Cantantibus organis”. La Cecilia de las pinturas nos era sobradamente conocida: una joven patricia romana tocando concentradamente el arpa. Que gozara manejando el instrumento parecía lo más natural, tratándose de la patrona de los músicos. Pero en la composición de Otaño, el texto, sacado del Breviario Romano, nos informaba en bellos latines sobre detalles desconocidos de su biografía: “mientras tañían los (mundanales) instrumentos, la virginal Cecilia dirigía sus cantos tan sólo al Señor diciendo: Señor, que mi corazón y mi cuerpo se conserven sin mácula, para que no sea yo confundida”. La angelical Cecilia había sido desposada contra su voluntad con Valeriano, un noble romano; y en el día de sus bodas ella, que había elegido ser exclusivamente la esposa del Señor, no quería unirse de ningún modo ni a Valeriano ni a la música de la fiesta. Parecía repudiarla tanto por lo menos como a la mácula que le esperaba en el matrimonio. En acto de rebeldia contra ambas, le cantaba ella sola a Dios, soli Domino decantabat, sin instrumento alguno. Pedía al Señor que la conservara virgen y sin mácula. Ut non confundar. En el resto del motete se exalta a Cecilia como “apis argumentosa”, abeja inteligente y laboríosa, para describir en qué forma sirvió ella a su Señor. No hay ni la más mínima alusión a cualesquiera habilidades musicales. Con tan dudosa documentación se la hizo en el siglo XV patrona, no de las vírgenes forzadas a contraer matrimonio y a dejarse macular, sino de aquellos a los que ella execrara como a perturbadores de su interna melodía. Con este “Cantantibus organis” iniciábamos siempre el concierto en honor de nuestra desconcertante Patrona. José Manuel Ruiz Marcos (del capítulo “Aquella Schola cantorum” en mi novela “Amar en Comillas”, reeditada este 2010 con el nuevo titulo de “Amores convexos”)
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