Alfonso Fernández (5 de abril de 2012) Recordando al
Padre Martino >>
Pepe Prieto (27 de marzo de 2012): "Santa Cecilia
1963"
>>
Rafael Manero (15 de marzo de 2012): "Recordando al
Padre Eutimio Martino" >>
Alfonso Fernández (18 de febrero de 2012)
...Yo, que no fui "puer cantor" ni soy músico ni sé apenas de música, empecé a
visitar el blog sintiéndome un intruso y, aunque lógicamente no podía disfrutar
en el mismo grado que los que fuisteis "scholantes", reconozco que me fui
enganchando. Al fin y al cabo, la Schola es parte de Comillas y Comillas es
parte de mi pasado y mi pasado es cada vez una parte más grande de mi presente,
y en ese sentido no podía dejar de sentirme directa o indirectamente concernido
por lo que allí iba apareciendo. Es lógico que la Schola -la música- sea el
asunto principal del blog, pues se constituyó en torno a ella y a su recuerdo,
pero también es cierto que la Schola no puede entenderse sin el seminario, de
cuya base humana se nutría. Traigo a colación semejante obviedad porque me llamó
la atención que X. S. Erauskin, al contar la divertida anécdota del caimán, se
disculpase como si estuviese cometiendo sacrilegio al invadir con una historia
"profana" el ámbito sagrado reservado a la Schola (él suele escribir "Scholla",
añadiendo, generoso como es, una ele de propina; menos mal que es de Vitoria,
que si fuese de Bilbao añadiría el alfabeto entero). Deberías, tú que tienes
mando en plaza, disipar esos escrúpulos sobre la pertinencia en el blog de
asuntos que, siendo comilleses, no se refieren directamente a la Schola. A mi
juicio, todo lo que ayude a entender mejor lo que era Comillas redundará en un
mejor entendimiento de la Schola, que era uno de sus emblemas -el emblema por
antonomasia, quizá-. Si se prefiere conservar la música al abrigo de
contaminaciones sublunares, se podía señalar un espacio aparte para este
menester documental, evocativo y narrativo que, al no requerir conocimientos
técnicos, ensancharía probablemente el campo de participación. Así nadie tendría
reparos a la hora de traer asuntos no musicales. Yo disfruté, por ejemplo, con
los almíbares fósiles del P. Camilo María Abad exhumados por el inexhaurible
Ramón Cubillas lo mismo que con la sauroanécdota de Erauskin y con las cartas
del superdecano evocadoras de tiempos heroicos; pero el abanico de temas puede
ser más amplio. Los veteranos tienen mucho que contar y arte indiscutible y
gracia de sobra para hacerlo. Recordar es interpretar e interpretando rescatamos
al pasado de su inmodificabilidad de piedra y le reintegramos de alguna manera
la condición flexible de lo vivo. El blog podría ser el sitio ideal para
disfrutar de esa propiedad compartida que es nuestro pasado comillés....
JoséMa (19 de febrero de 2012)
Te he leído con sumo interés. Entre los que no respetan la exclusividad
de la música como tema del blog, hablas de cartas del superdecano,
evocadoras de tiempos heroicos y las dices “evocadoras del pasado, de su
inmodificabilidad de piedra”.
Me imagino que ese decano debo de ser yo y tu alusión a la inmovilidad
de la piedra me ha confirmado en sentirme en este trasiego. el
“convidado de piedra”, el que mejor se callaría. No sólo he hablado de
tiempos heroicos, he tocado temas fundamentales de nuestra
de-formación humana que, si revisas las cartas a que aludes, no han
tenido ninguna resonancia, ningún comentario. Amo a Comillas “porque no
me gusta”, como alguien dijo refiriéndose a España. He tocado detalles
de falsa formación en nuestro Seminario, que quedaron siempre sin
comentar, como si fueran temas exclusivos del aguafiestas. He dicho que
si los aguanté, si los sobreviví, (y aquí aterrizo plenamente en el tema
“Música y Schola”)fue precisamente gracias a ser de la Schola desde mi
primero hasta mi último año; gracias a la maravillosa
“extraterratoriedad” de la Schola, abordar a la isla entre semanal y
diaria en la que mucho era distinto, a la presencia de Prieto, en
conjunto un paréntesis de libertad, de arte, de belleza, de humanidad.
He comentado como Prieto trató a este niño de doce años…Y si lo he
tocado es porque siento cómo esos procesos de deformnación influyeron en
mi vida y, lo que me mueve a comentarlos, es que los veo influir en
vuestras actuaciones, en lo que se dice y en lo que se calla.
El “convidado de piedra”, José M.Ruiz Marcos
Xabier S. Erauskin (25 de febrero de 2012)
...En cuanto a la apertura a recordar vivencias de aquellos tiempos del
cuplé comillés por la que abogan curiosamente los más jóvenes Alfonso y
Ramón, pienso que sin salirse demasiado de nuestro entorno musical hay
terreno amplio para revivir múltiples situaciones desde dentro y no con
la frialdad de un programa. Me refiero a los conciertos de Santa
Cecilia, los ensayos en la sala de música, las misas corales en la
Iglesia, los conciertos fuera de Comillas o las Semanas Santas, las
excursiones de la Schola (ya ves, querido Ligorio, que a partir de ahora
no reduplico la l.. a la vez que aciertas en tu cartesiana distinción
entre la mesura vitoriana y el farolismo bilbaino..). Dicho esto
coincido con el mismo Alfonso y con Rumarcos en la no exclusividad de la
música en el blog, abriendo una parcela al “recordar es interpretar e
interpretando recordamos el pasado y le reintegramos de alguna manera la
condición flexible de lo vivo”. . ¡ Chócala, Ligorio!
Alfonso Fernández (26 de febrero de 2012)
En la secuencia del desmayo de Prieto tenemos un ejemplo del tipo de
evocación en relieve que podemos obtener rememorando en común
-conmemorando-: el recuerdo estereoscópico. Sobre un fondo de
disonancias babilónicas, Pepe Prieto abre la escena con el desmayo, el
desencajamiento dental y el comprensible alborozo popular. Alejandro se
fija en el grito que, a juzgar por su análisis, debió de ser de una
complejidad a tono con la genialidad del emisor, y añade profundidad de
campo con la mención de la edad. A continuación, el instinto teatral de
Lino pone el bocadillo de la espada (aunque no alcanzo a ver cómo Prieto
pudo pronunciar sin los piños frase tan patética de forma convincente) y
agrega el impagable pormenor de la mirada del hermano Prieto, que no
hace falta describirla, pues estoy seguro que todos la estamos viendo. Y
aún pueden llegar más detalles, más perspectivas, pues fueron muchos por
lo visto los espectadores del suceso.
Por cierto, Xabier, se conoce que eres amigo de Lino en que usas
similares trucos narrativos: a los dos os gusta dejar anzuelos tendidos
para que la carpa glotona de nuestra curiosidad se los trague. Ese
paréntesis del "Divino impaciente" pregona que en la recámara guardas
una historia suculenta sobre aquella función navideña del 52. Esperamos
"arrectis auribus", como decía el P. Teófanes haciéndose eco de
Virgilio.
Alfonso
Xabier S. Erauskin dijo...
Amigo Alfonso; siento defraudarte en tus expectativas sobre nuestro
“Divino Impaciente” pemaniano.. Desgraciadamente mis vivencias de
Comillas se alimentan, fundamentalmente y desde hace un par de años, de
los diarios personales rescatados de una caja olvidada en la casa
paterrna más que de mis recuerdos alicortos y brumosos. Soy un desastre
memorístico! (lo he sido siempre por lo que por el momento no tendría
que achacarlo al Alzheimer, lo que no deja de ser un consuelo). Aquel
año de 1952, en Primero de Filosofía, empecé a anotar (casi siempre en
clase) las incidencias diarias. Lo hacía en forma telegráfica y en
pequeños cuadernillos que mas tarde, en Teología, fueron engrosando en
cuadernos respetables y con textos mas elaborados como correspondía a
los altos estudios que nos impartían como preclaro fondo de mis escritos
nuestros caros profesores (Quevedo, Céspedes, Guti, Páramo, Rodrigo,
Salaverri etc.).
Dicho esto, me resulta difícil explayarme sobre aquel lejano “Divino
Impaciente” para complacer a Alfonso. Conste además que no viví por
dentro el evento. Entre mi primero de filosofía y los retóricos de sexto
había un muro que separaba el Seminario Menor del Mayor (¿era el puente
del tinte o éste era el que separaba al Menor del Máximo? Mi memoria me
juega malas pasadas. El del “tinte” –por el tinte del fajin azul a
negro- tendría que ser el del Máximo porque quien lo traspasaba
–decíamos- tenía muchos boletos para acabar en los jesuitas.)
Total.. que me fío solo de los diarios y reproduzco fielmente su letra
pequeña:
“Jueves 25 de diciembre de 1952…. Después de comer visitamos los hogares
de retórica y gramática (Doña Urraca, Carpanta ¿¿). Tras la merienda con
Domínguez y Carvajal llevamos unas sillas para ver “El Divino
Impaciente” de los de sexto. Muy bien, Manero que hace de S. Francisco
Javier y Zurbano de S. Ignacio. No tan bien lo hace Rúa en el papel del
“malo”, Alvaro de Ataide. Vestuario abigarrado de mucho colorido que
dicen que lo han hecho los “pitones”. Los decorados muy buenos son de
Silva (el que mas tarde sería famoso Padre Silva) y Lezama. La acción se
hace un poco larga y pesada ¡un tostón!”.
¿Qué es eso de Doña Urraca…? Y el detalle de llevarnos las sillas? Donde
se representó la obra? Dejo en manos de Rafa Manero que nos aclare los
detalles con su excelente memoria.
Conservo, en cambio, una aislada pero vivísima impresión de una
representación de “El Divino Impaciente” en el teatro del pueblo al que
nos bajaron a los seminaristas en ocasión excepcional y sin precedentes.
No recuerdo ni fecha, ni año… Debió ser antes de la “performance” de
Rafa y Nacho. Solo recuerdo la turbación y el impacto que me produjo la
breve intervención de unas peripuestas “parisinas” que “tentaban” a
Francisco Javier en una pensión antes de caer en las manos de Ignacio de
Loyola. Eran chicas de carne y hueso y aunque su actuación fuera fugaz
es lo único que recuerdo, como fruta prohibida, de aquella singular
velada.
Ah! Antes de esta representación, cuando todavía era gramático, también
tengo conciencia de una confusa obra teatral sobre San Francisco Javier
que “interpretaron” los teólogos. Se titulaba “Volcán de amor” y era
obra de un escritor navarro, Jenaro Xavier Vallejo con la sobreactuación
casi truculenta de otro navarro (teólogo y vocación tardía decían) que
se llamaba Soler.
¡Satisfecho, querido Alfonso?
27 de febrero de 2012 08:17
Rafael Manero dijo...
“Olvido de lo creado,
(memoria del Creador,
atención a lo interior
y estarse amando al Amado”)
Para empezar, ya me había olvidado de si esta cuarteta era de Santa
Teresa o de San Juan de la Cruz, “madrecito de la padraza Teresa”, como
diría Unamuno. Me ha venido a la memoria sólo por el primer verso, el
del “olvido”, porque, abstracción hecha del misticismo de los tres
restantes, que no vienen a cuento ahora, expresa ese carácter
claudicante de la “memoria” a que hace alusión Xabier en su escrito. La
verdad es que yo no recuerdo nada de esa representación “con chicas” en
el cine del pueblo. Por lo que deduzco que debió ser antes de mi llegada
a Comillas. De lo contrario sería muy improbable que, si ya las
esculturas de Llimona del Panteón del Marqués nos “sulibeyaban”, hubiera
olvidado una representación del Divino Impaciente con una “Violeta” de
carne y hueso. De lo que no me he olvidado en absoluto es de aquella
representación seminarística de la obra de Pemán. Cuando pienso en ella,
un color se me va y otro se me viene. Aquello debió ser (lo fue sin
duda) el colmo del “amaneramiento” (valga la redundancia por el
parentesco sonoro entre mi apellido y la palabreja en cuestión). Guardo
todavía el papel correspondiente a San Francisco Javier, malamente
mecanografiado y lleno de reguladores, subrayados, notas a lápiz sobre
los apresuramientos o ritardandos que debían regir la declamación de los
versos. Fueron puestos por el P. Penagos que descendía a detalles tales
como si una mano debiera salir por aquí y la otra por allá; si los dedos
debieran flexionarse escalonadamente, para que las manos adoptaran ese
aspecto de huso, de expresiva y elegante elocuencia, que tienen las
manos pintadas por el Greco en el Entierro del Conde de Orgaz. Bueno, y
ya el colmo: la inefable sustitución de la tentadora Violeta por ¡una
escoba! con sombrero y capa burdamente sobrepuestos, con la consiguiente
modificación de los versos para no decir aquello de “¿o es que pensabais
acaso / que me asustan las mujeres?” ¡Qué cosas! De lo de Doña Urraca
tampoco tengo idea. En cuanto a los “puentes”, mi memoria funciona
mejor. Al que unía la sacristía de la capilla de San José con el Máximo
le llamábamos “el Puente del Tinte”, por aquello de que nuestro fajín
era azul y el de los “pitones”, negro. En cambio el puente que unía el
edificio del Menor con el de la Universidad se llamaba “el Puente
Miranda” (no sé por qué). A los alumnos jesuitas que pasaban del Máximo
a las clases de Filosofía y Teología se les llamaba “pitones”, porque
dice la Biblia “pitonibus ne quaeratur” (prohibición de preguntar a
“pitones y pitonisas”: a los alumnos jesuitas, que se sentaban al fondo
de las clases, raramente se les preguntaba, de ahí que se les llamara
“pitones”). Saludos. Rafael
27 de febrero de 2012 12:47
Xabier S. Eraukin dijo...
Rafa, la velada del "Divino Impaciente" en el teatro Campos, si tu no
estuviste, tuvo que ser en mi primer año 46-47. Pregúntale a Nacho que
entró también en aquel primer curso.. Burguete, Goiko, Carlos Muñoz,
Socobehere.. se acordarán. Lo de la impresión grabada en mi memoria de
la Violeta (¿se llamaba así la "chica"?) tendría además mucho más mérito
con once años
Gracias por refrescarme la memoria con lo del puente Miranda... Lo de
“miranda” ¿sería porque desde allí se podía ver una parcela de gentes,
coches, visitantes que llegaban del "mundo mundial"? Delicioso el
recuerdo de los fantásticos ensayos del P. Penagos, en sus recreaciones
de robots de la ciencia declamatoria.
Aclarado el tema de los "pitones" me quedo con la duda de dónde fue la
representación para que nosotros tuviéramos que llevar unas sillas ¡!
Hasta otro momento en que no desviemos tanto los temas musicales…
27 de febrero de 2012 16:20
Ramón Sánchez-Infante dijo...
Mira y anda. En los 60, el puente de Miranda seguía llamándose así, al
parecer, porque al cruzarlo era difícil no mirar hacia el exterior
mientras se andaba
27 de febrero de 2012 17:39
Ramón Cubillas dijo...
Del arte declamatoria del padre Mayor ya nos había hablado Josema cuando
nos contó, con lujo de detalles y pintoresquismo sabroso, su recitado de
aquella «Legión de Comillas» ante el nuncio Cicognani. Pero de Penagos…
No conocí esta faceta suya, aunque sí era claro amigo del gesto que
acompaña a la palabra: inconfundible cuando separaba los brazos como si
fuera a levantar el vuelo y, bajándolos con energía, se golpeaba con
fuerza por dos o tres veces los muslos. Tengo para mí ahora que, más que
los latines o griegos, debía de ser su pasión la oratoria. Ahí está, si
no, la «Oratoria sagrada hoy» que publica en 1964, cuya primera parte,
como él mismo confiesa, debe «la mayoría de las ideas» al libro del
padre Pedraz «Resortes de la persuasión», como el anterior, de la
Bibliotheca Comillensis. Seguro que también tuvo delante el libro del
padre Juan Rey «Verbum Dei», de la misma serie, que ya había visto la
luz en el 44. Así que me imagino al buen Penagos la noche en vela, estos
libros en la mano y repasando el final del «De Oratore» de Cicerón y las
«Instituciones» de Quintiliano para el lucimiento de Manero.
Ramón Cubillas
27 de febrero de 2012 21:59
JoséMa Ruiz Marcos
dijo...
Hola, Alfonso, Xabier, Lino, Arcadio, os oigo, la juventud se muestra
adicta a que los contactos aquí no tengan que ser “exclusivamente
musicales”. No sé si existe de veras, eso, diferenciable y diferenciado,
que se ha dado en llamar lo ”musical”. Si existe, tiene que ser muy
integrado en el conjunto, y sólo distinguible como distinguimos entre
alma y cuerpo, pura razón. Somos de una pieza. Para mí lo que llamáis
“no exclusivamente musical” es totalmente perteneciente a la música, es
o bien su efecto maravilloso o su atmósfera condicionante, o ambas
cosas a la vez. Claro que sí, en Comillas y en la Schola.
La Schola Cantorum fue en Comillas mi verdadera”comunidad”. Apenas
días después de ingresar en la de Gramática fui ya miembro de la Schola.
Me admitió en ella el futuro Arzobispo de Pamplona, José María Cirarda;
Prieto era en Octubre de 1938 capellán militar en el frente de batalla.
A los doce años, se me recalcó la existencia de cinco comunidades en la
Casona y la prohibición rigorosa de contactarse con las otras cuatro,
algo tan seco como poco humano. Pero en la sala de música y en el Coro
formábamos una “comunidad” distinta, tan real como innominada, con
claro territorio, con derechos y leyes y privilegios reales. Conviví
desde el principio con los mayores, filósofos y teólogos, algunos de
ellos fueron llegando de los frentes, seis meses después, al acabar la
guerra en Abril de 1939.
En el Coro y en la sala de música no me sentí ya vigilado por los
“padrucos” o “maestrillos”. No sólo desde la tarima allá arriba en el
salón de estudio y con el pito en la boca en los recreos: incluso en la
capilla de San José se vigilaban nuestras lecturas y nuestras
posiciones; el padruco solía deslizarse sigilosamente por uno de
los pasillos laterales para controlarnos también durante la misa
cotidiana. Y lo observado se reflejaba en las “Notas”, quincenales si
mal no recuerdo, las calificaciones que nos leía públicamente el
Prefecto “de disciplina”. Al oír su nombre, el aludido tenía que ponerse
de pie, recibir sus cinco calificaciones y tragarse, si lo hubiere, el
correspondiente rapapolvo coram omni populo. Cinco eran las “notas”, la
primera sobre “Deberes religiosos” y la última se refería al “estudio”.
Como fronteras, el “sobresaliente” con un 10 y el “suspenso” de 4 para
abajo. Mis primeras Notas en Comillas fueron 4-4-7-5-4, nunca olvidaré
el devastador decasílabo.
Luego fui retórico y filósofo y me pude sentar en la sillería monacal
del Coro. El abrazo continuo de nuestras voces , el bordarse en
las bóvedas el paño entre las “cuerdas” de la Schola, los epigramas,
las saetas que rasgábamos entre los muros y el acorde victorioso de
nuestras creaciones musicales, la solidaridad vivida en el proyecto
artístico común, en los ensayos, en los conciertos, en los triunfos,
derrotas nunca las hubo, me hacían olvidar por completo la separación de
clases, absurda ya cuando lo mejor de nosotros se fusionaba
jubilosamente en la expresión artística. La sala de música y el Coro
eran prácticamente los únicos lugares adonde no tenían acceso los
vigilantes, donde dejaba de sentirme disciplinarmente observado, donde
me sentí libre. Sin padrucos ni maestrillos ni prefectos. Aunque de
pequeño y hasta de filósofo nunca acertara a formularlo como lo
intento ahora, (esa lengua fue desconocida en nuestra formación…no hubo
aprendizaje de “opinar” y ni en sueños de “protestar”, en aquellos 30 y
40 vivíamos dentro en todo su rigor la dictadura de fuera…) lo que sí
creo haber sentido siempre fue el fundamento real, la vivencia, el
júbilo de “sentirme en casa” únicamente en la Schola. El Prieto de mi
primer año tenía apenas 38 abriles, lo encontré tramando a pasos
acelerados su futuro definitivo, persiguiendo su proyecto vital, a muy
corta distancia por encima de nosotros. Y sus calificaciones, nunca en
público leidas y desde luego muy comentadas, se parecían en algo y
con distancia a los 4 4 7 5 4 de mi primer mes. Era voz común,
calificando a los jesuitas de la Casa en mis años de Retórica, y objeto
frecuente de nuestras conversaciones, que a Prieto no le iba del todo el
“San” Ignacio ni siquiera el “Padre” Ignacio, sino claramente un
“Don” Ignacio (la categoría siguiente era ya de subsuelo, de la que
Prieto estaba alejadísimo, la de “Tío” Ignacio). Era el artista
liberándose, e invitándonos a la liberación.
José Manuel Ruiz Marcos
28 de febrero de 2012
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