(fondo musical)
Comprendo
que esta reproducción no es buena, pero es la única que tengo. La
última vez que canté bajo la dirección de Prieto fue en Estocolmo, y
el maestro, en aquella ocasión, lo hizo vestido de frac. Tengo una
vivencia del tiempo absolutamente caótica, y ese instante, saltando
por encima de los años , lo tengo tan presente como si hubiera
ocurrido ayer mismo, y esa foto, aunque sacada unos años antes para
su gira por Japón, me actualiza su "genio y figura" con una
intensidad extraordinaria. Esa mirada, dirigida a un objetivo
fotográfico como a un espectador neutro, remueve sin embargo en los
que estuvimos frente a ella como cantores, todo un mundo de
vivencias y recuerdos. Sin duda, también él fue consciente de la
intensidad con que nosotros lo mirábamos en aquella marea de
emociones que eran las actuaciones de la Schola. Ahora podemos de
nuevo mirarlo, tal vez mejor con los ojos cerrados, sin importarnos
que hayan pasado ya treinta y un años desde su muerte, con una
mirada en la que va toda nuestra admiración y todo nuestro
agradecimiento, como respuesta a la suya, que fue capaz de
comunicarnos el misterioso secreto de la música.
Rafael Manero
Me ha impresionado el comentario sobre la
“tristísima soledad” de José Ignacio en los últimos años de su vida.
Me pareció que hasta la sentía más que mi propia soledad, la soledad
de mis muchos años. Algo me consolé tratando de convencerme de que
él la sufrió tal vez menos que los que hoy, tan en torno a él,
la recordamos.
Mi último encuentro con él fue en el ascensor del Hispano, cuando ya
parecía recuperarse después del accidente. Estábamos corporalmente
más cerca el uno del otro que tal vez lo habíamos estado nunca,
solos los dos en el ascensor. Pensé que cuando le dejaban hacer esa
maniobra, y solo, debía de ser porque se fiaban de él. Pero el pobre
no tardó en convencerme de lo contrario.
No me reconoció. Le grité al oído todos mis datos: contralto, luego
bajo, del coro reducido, gregorianista..., le canté el “Zelus domus
tuae”... Me miraba con ojos muy fijos, como quien se esfuerza en
hacer memoria. Le grité, qué tontería, una frase en esa lengua,
recordándole que el había sido nuestro profesor de francés cuando
retóricos. Aquellos ojos de niño que pasaban de fijos a extraviados,
sus ojos, me hacían llorar, él lo vio, y entonces como que me
miraron asustados. (por qué lloras? lo interpreté) Le canté además,
desesperado, los primeros compases en versión de los tiples del
“Adiós, me dijo llorando”, de su creación: “No se acuerda, padre, de
cuándo la estrenamos, y la cantamos en la Universidad de Oviedo, en
las vacaciones de verano, los del coro reducido?.
Y siguió sin reaccionar. Le di, por primera vez, un abrazo que sería
el primero y el último. Por los muchos que hoy quisiera haberle
dado. Llegábamos al piso de arriba, a la Enfermería.
Hoy me consuelo, no me lo creáis, pensando que si él no pudo
reaccionar a todos mis intentos, tampoco estaba ya en condiciones de
abarcar la terrible dimensión de su soledad. Más que él la
sentimos nosotros ahora, desde nuestra relativa salud.
Te recuerdo con nostalgia, José Ignacio, y cuando te recuerdo pesa
más en mí lo humano en ti que el artista colmado de éxitos
musicales. Recuerdo cómo, cuando me despedía, siempre, de ti al
salir de vacaciones, arrimado yo a la pared, medías, lápiz en mano,
la altura de mi cuerpo de niño y me decías, después de registrar los
datos en la pared: “Cuando vuelvas, vendrás seguro a saludarme y
veremos entonces qué estirón has dado en las vacaciones”...
Para mí fuiste siempre y más que nada, amor, un amor cercano, que le
hacía a uno sentirse importante, comprendido y ayudado a llevar,
como tú me parecías arrastrarlo, el peso de una vida con tantos
defectos de genuidad, con tantos arrabales medio oscuros, faltos de
luz y de libertad. No me lo formulaba entonces como me lo formulo
hoy, pero en la sala de música y en el Coro, siempre contigo y
espiritualmente tan cerca, tuve los mejores momentos y los más
genuinos de mi vida de niño y de principiante de adulto en Comillas.
Gracias, te estoy llorando de veras y llorando te digo adiós, José
Ignacio...
José Manuel Ruiz Marcos
Carta al Padre Prieto
A veces, la puesta de sol me
cita en las finas arenas de la playa de Gerra. Allí, el cielo
impresionista de Cantabria cada día estrena una obra nueva. Pero las
puestas de sol más bellas, al menos para mí, no son las que lucen un
cielo completamente despejado.
Cuando el cielo en que se funde la ría de San Vicente, se adorna
con largos brochazos de nubes, el sol, en solemne despedida, va
jugando conmigo al escondite. Como si tratara de anunciarme que ni
su luz ni su adiós son para siempre. Esa es la puesta de sol que me
conmueve.
Ahora, al leer sobre tu ocaso, Padre Prieto, se agitaron en mi mente
aquellos atardeceres… Desde el sol radiante, dirigiendo a la
Schola en el Salmo XXIII en Madrid, ante miles de espectadores hasta
esa enfermería de la residencia de Alcalá de Henares en la que te
ocultaste para toda una noche. Qué profundamente describe JoséMa su
último encuentro contigo en el ascensor del “hispano”, cuando ya
estabas casi oculto. Qué brillante el recuerdo de Rafael, tú,
elegantísimo, de pajarita blanca, en Estocolmo. Qué triste, qué
inmensamente triste! ese “algunos parientes lejanos” en tu entierro.
Yo te recuerdo con algunos destellos de luz intensa, menos solemnes
aunque para mí imborrables, cuando tú, Padre Prieto, en algunos de
tus frecuentes viajes desde Comillas, te alojabas en mi casa, un
humilde 4º piso, sin ascensor. Nunca tuvimos una visita de mayor
categoría. Y, si hubiéramos recibido a un Jefe de Estado, no habrían
sido mayores los agasajos: La mejor habitación de la casa, el juego
de cama bordado a mano, el de las grandes ocasiones, la vajilla de
las grandes fiestas… Qué honor, para mis padres, tu presencia. Te
recuerdo muy activo, dominando la escena. Consciente de ser la luz.
Ahora, al conocer algún detalle de tu ocaso. Intuyendo las sombras
en los escenarios de los últimos años, me pellizca el alma haber
estado tan lejos, estando en realidad tan cerca. Yo era estudiante
en la Complutense precisamente en los años en que fundaste y
dirigiste el coro Santo Tomás, una de tus últimos compases. Qué gran
satisfacción me habría dado mostrarte mi gratitud porque me
enseñaste a disfrutar tan intensamente la música, placer que crece
cada día, que modera mis penas y realza los momentos de júbilo,
placer generoso que nunca me volvió la espalada. Divina
mascota, compañía fiel e inseparable.
Hoy, tantos años después, quiero, con esta carta, volver a celebrar
la ceremonia de despedida, y acompañarte, para llenar el espacio de
los parientes cercanos, con un grupo de amigos que sienten por ti
tanta admiración. gratitud y cariño como yo.
Hemos preparado para ti un pequeño collage musical: una de tus
obras preferidas, “In monte oliveti” fundida en sus últimos compases
con el Lacrimosa del Requiem de Mozart. Tú lo dirigiste también en
alguna ocasión con toda la emoción que merece. Y, hasta hemos
buscado, de entre las versiones disponibles, la que se acomoda al
tempo que preferías. Sea por ti y para ti ese “Dona eis requiem.
Amen”.
Alejandro Rivas
11 de diciembre de 2011.
No conocí al padre Prieto como director de la
Schola. Mi conocimiento de él fue de otra índole. Fue en el ámbito
familiar donde fundamentalmente tuve trato con él. Lo conocí un día
que, por circunstancias que no hacen al caso, fuimos los hermanos y
mi madre a pasar un rato a la Ponti, un día que se me pierde en la
bruma del recuerdo. Allí, delante de la soberbia puerta de Domènech
i Muntaner se inició la relación, la inició él. Debía de correr
entonces el 64.
A partir de ese momento se estrechó el vínculo con el padre Prieto.
Todos en casa considerábamos, y así lo seguimos haciendo, un
privilegio el que, cuando debía hacer noche en Santander, optara por
la humildad de la buhardilla –85 escalones– antes que por la
residencia de los jesuitas o las casas de otras familias más
acomodadas que se le ofrecían. ¿Por qué esto? Probablemente porque
reencontró allí lo que de algún modo había perdido al escoger la
carrera eclesiástica: una familia, el calor de una familia. Tal y
como imagino sucedía con Alejandro, según deduzco de lo que leo.
En esos primeros años que siguieron a aquel fortuito encuentro, mi
hermano mayor lo acompañó al Congreso de Essen (junio del 65), a
Portugal durante quince días (julio del mismo año), a la gira de
Alemania (en el mes de agosto), a la de Suecia (entre el 10 de
agosto y el 11 de septiembre del 66), a la del 67 –a la que también
fue mi otro hermano– (entre el 29 de junio y el 2 de agosto), y
vuelta a París (entre el 25 de agosto y el 20 de septiembre del 67),
unos días por el suroeste francés a principios de septiembre del 68,
Oviedo (septiembre del 69), etc.
Y después, en el 69, por invitación suya, me llegó Comillas. Y
también a mi hermano. Tres años de mi infancia imborrables y
decisivos. ¿Y para quién no? La mejor educación a la que se podía
aspirar entonces en España. La mejor educación en todos los
sentidos: formación académica, formación humana, formación
religiosa. Tres años sacramentales, de los que imprimen carácter, de
los que dejan poso en el alma.
¿Qué recuerdos guardo del padre Prieto? ¿Qué imagen suya pervive en
mí?
Puesto a elegir, al margen de lo más puramente anecdótico –mis
servicios como monaguillo en el altar de la Divina Pastora en la
iglesia de los capuchinos cuando pernoctaba en mi casa, los pequeños
conciertos privados en su habitación o en el paraninfo, los paseos
en aquel elegante Simca 1501, 7628TQ75, las rayas con que medía mi
desarrollo– me quedo con sus manos, manos eucarísticas, de dedos
finos y largos, aseadas y pulcras, delicadas y nobles, que se mueven
con natural expresividad y dulzura, acariciadoras, que cuando se
posan en mi hombro o descansan sobre mi cabeza trasmiten seguridad,
tranquilidad, sosiego. Diría que se concentraba en sus manos toda su
persona. ¡Cómo se hacía notar cuando estaba en casa! Irradiaba
serenidad, paz, elevación espiritual. Todo se dulcificaba y
sublimaba en su presencia, y las cosas más comunes (una comida, una
cena, la bendición de la mesa –reservada a él cuando estaba en
casa–, la vuelta del colegio sabiendo que él estaba allí o llegaría)
alcanzaban una dimensión transcendente. Y también con su mirada:
severa, cuando no sonreía, pero sin dureza; penetrante, pero sin
inquietar; mirando más y más a tu fondo, pero sin escudriñar; como
una invitación, como si tendiera su mano al alma.
Y todavía hoy, cuando me lo represento, cuando reconstruyo alguna
escena como composición de lugar de la que él es centro, figura a la
que el resto sirve de fondo, actúa sobre mi espíritu como bálsamo
que derrama quietud, serenidad y confianza.
Para él el agradecimiento, y la memoria, y el honor, y la gloria y
la paz eternos.
Ramón Cubillas (11 de diciembre de 2011)
Soy seguramente uno de esos a quienes nuestro Blog de la Scola
nos ha refrescado la memoria y el corazón con el recuerdo de la
desaparición de una persona inolvidable; el Padre Prieto. Mas
allá de sus singulares clases de religión y francés que
quedaron en el olvido, queda su apabullante magisterio musical.
Aquella música que se nos introducía como veneno delicioso en
Comillas tiene ante todo y sobre todo un nombre; Prieto.
Gracias a él, escuchamos las primeras grabaciones de los
clásicos, Bach, Mozart, Beethoven... y comenzamos a degustar la
música mas moderna. Es sobre todo su figuran lo que recordamos,
imágenes de una briosa presencia directora en los ensayos, en el
coro o el Paraninfo, gestos con los que lograba hacernos
sentir el alma del canto y superarnos a nosotros mismos.
Por encima de todo quiero dejar constancia de mi agradecimiento por
el mas grande regalo que nos legó a través de aquellos años de
Comillas; el amor por la música.
Xabier S. Erauskin (12 de diciembre de 2011)
Yo también estoy impresionado de vuestras vivencias personales y
familiares con el P. Prieto. Me dice Manolita que en el Concierto de
Navidad del año 80 hice una emocionada referencia a la figura del P.
Prieto. No me acuerdo. Para mí Prieto sigue vivo de una manera muy
especial, pues cuando canto su música es como si lo viera delante y
viviera el momento de Comillas en que canté esa obra concreta. Tal
me sucede este año con los dos villancicos en la, tan alegres y
dinámicos y el encendido Zagalejo de perlas, que incluyo en el
programa de Navidad. Cuánto me ayudó esta música a aliviar la enorme
nostalgia que sentía de la Navidad familiar en León. Gracias,
querido y recordado José Ignacio y que tu música siga alentando
nuestras vidas durante muchos años. Descansa en paz.
Joaquín Carvajal (12 de diciembre de
2011)
ahí va mi granito de arena a la biografía del P.Prieto que
estáis elaborando con sensibilidad y cariño .
En los años ya descendentes del P.Prieto,lo nombraron presidente o
algo así,de la asociación musical internacional "Pueri Cantores".Por
entonces,recuerdo que consiguió la colaboración especial para la
promoción de la asociación , de los entonces cantantes de moda Juan
y Junior.Recuerdo también que viajó a Astorga ,(León),para un evento
relacionado con "Pueri Cantores".Mi hermano,Gregorio, comillés,
miembro perpetuo de la Schola , y profesor del Seminario Diocesano
en aquellos años, compartió con él aquellas jornadas.,en las que
aún mantenía algo de su brío personal e intransferible (años 80...).
Intenté ir a saludarle,pero me fue imposible.
Un saludo.-Agustín Rodríguez. (13 de diciembre
de 2011)
Yo también conocí al P. Prieto y canté bajo su dirección en la
Eschola. Seria por el año 63 y 64
Recuerdo su energía y entusuiasmo, su capacidad para sacar de
nuestras gargantas y pechos aquellos melodiosos sonidos que deseaba,
cómo se desazonaba cuando cantábamos como chicos de pueblo,
chirriando con voces de gato. Lo decía
para azuzarnos, no era cierto. Eran años de
decadencia, la eschola languidecía por la ausencia de
Teo y casi Filo.
Volví a verlo en Madrid, años después, muy debilitado, pero con
la misma ilusión de antaño.
Qué impresionantes eran los salmos que cantábamos en el coro
de la Iglesia por Semana Santa. Aquel "Audite meo..."
que rompía el silencio de los oficios resonaba por las paredes de la
Iglesia como una bomba.
Y aquellas fugas al órgano que improvisaba
....Las danzas del Principe Igor.... Los Carmina Burana..... El
Ama begira zazu....
el candentibus (cantantibus) organis....
Qué os voy a decir que no sepais, vosotros que lo conocisteis
antes que yo y participasteis de sus éxitos...
Un saludo a todos y adelante con la "memoria histórica".
Luis Manrique (14 de diciembre de 2011)
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